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Cruyff el revolucionario

En los días posteriores a su muerte, se dijo hasta el cansancio y sin pudor a repetir lo obvio, que Johan Cruyff es el padre del futbol moderno. No es que sea falso o impreciso, pues el mejor 14 de la historia (y no me estoy refiriendo al Chicharito) ejecutó como jugador y luego diseñó como entrenador, el hoy llamado futbol total. Es más bien un lugar común dicho por muchos pero entendido o, al menos, desglosado por pocos en sus obituarios. No es que me las dé de muy conocedor, pero sí de un observador del futbol en los últimos veinticinco años; a últimas fechas mi perspectiva en la grada ha migrado de la del hincha apasionado a la de gozador del buen juego, sea quien sea que lo lleve a cabo, con la única excepción del América y con algo de rencorcito cuando se trata del Madrid.

Antes de la Holanda del ’74 los esquemas tácticos eran un tanto rígidos, los jugadores guardaban posiciones muy bien definidas y se movían más o menos mecánicamente. Si uno ve un partido del Mundial del 70 hacia atrás, en general los jugadores se movían en una zona delimitada, sus recorridos estaban bien definidos, pero sobre todo el balón circulaba lentamente a la vez que cada jugador que lo recibía lo mantenía por un tiempo pasmosamente largo; hasta que llegaban los Pelés, Garrinchas, Eusebios, Charltons, Di Stefanos, tomaban la pelota, rompían el ritmo adormilado y se tiraban dos regates por la banda y mandaban un centro, o se quitaba a tres rivales en el medio campo hasta entrar al área y fusilar al arquero; por eso eran genios, porque estaban adelantados a su época y pensaban y ejecutaban con precisión a otra velocidad. El mismo Maradona del ’86 era la excepción a una selección argentina bastante mediana; para muestra los dos inolvidables goles a los ingleses en los cuartos de final, pero también los que le clavó a Bélgica en las semis.

Pues bien, Cruyff era también ese jugador que tomaba el balón y revolucionaba el ritmo del juego, lo cual alcanzó su punto máximo de visibilidad en el penal que le cometen de la final del ’74: toma el balón en el círculo central, quiebra hacia la banda izquierda, recorta hacia el centro, se mete al área y lo zancadillean; los defensores alemanes se ven como el coyote persiguiendo al correcaminos holandés. La diferencia es que Cruyff no estaba solo, sino que tenía un equipo que jugó como ningún otro había jugado, con un planteamiento táctico nunca antes visto, con un trabajo de equipo que rompió todos los esquemas: el llamado futbol total.

El futbol total se traduce, para decirlo en pocas palabras, en que los jugadores no tienen posiciones fijas, sino que pueden rotar y moverse libremente a lo largo y ancho del campo; pero no tan así, es decir, no es que no tengan posiciones fijas, pues siempre es necesario tener una línea defensiva, una distribución en medio campo y una disposición táctica para el ataque. Sin embargo, partiendo de sus posiciones asignadas, cada jugador puede ocupar, con o sin balón, el espacio que considere más adecuado en el desarrollo de la jugada. La misma jugada de Cruyff en la final del ’74 es una muestra clara de eso: él es un delantero nominal y su equipo hace una transición ofensiva, por lo que se esperaría que él ocupara la posición más adelantada en el campo; sin embargo, cuando los defensas laterales ya rebasaron la mitad del campo y los mediocampistas buscan abrir espacios, el 14 se tira hacia atrás, se ubica fuera de la marca de Berti Vogts en el círculo central y desde ahí parte hacia el área.

Las defensas rivales no estaban acostumbradas a esta desorientación de no saber qué jugador iba a aparecer en determinada zona, o en qué parcela iba a desmarcarse uno de camiseta naranja. Pero para ello se requerían dos cosas: la primera, una coordinación perfecta para no dejar zonas vulnerables, pero tampoco saturar un espacio innecesariamente; la segunda, una circulación rápida de balón. A partir de la llamada Naranja Mecánica, que paradójicamente ejecutaba un juego todo menos mecánico y más bien flexible y creativo, la velocidad del balón dio un salto cuantitativo. Y para lograr estas dos condiciones del futbol total, se necesitaban, a su vez, otras dos cosas: precisión de relojero para el toque del esférico y, sobre todas las cosas, inteligencia para tomar la mejor decisión en función de la jugada, con o sin el balón.

La grandeza de Cruyff radica en que tuvo la capacidad de llevar lo aprendido como jugador a su etapa de entrenador. En esta segunda época nació el futbol moderno con el traslado rápido del balón como característica esencial, lo cual implicó que también los jugadores ejecutaran movimientos más rápidos e intensos, en largo y en corto. Sin embargo, la verdadera revolución que llevó a cabo Cruyff como entrenador del Barcelona, fue la de la inteligencia aplicada al juego. Ese equipo que dominó la liga española, ganó una Champions y perdió otra en la final, entendía el juego como espectáculo, es decir, que no bastaba ganar sino que era necesario que el público se divirtiera. Para ello, el toque rápido, la ocupación de los espacios, el cambio de ritmo y el desequilibrio, la precisión en los movimientos. El cerebro dentro del campo se llamaba Josep Guardiola.

Sin embargo, esa revolución estaba todavía en un estado embrionario, pues este cambio de paradigma futbolístico se dio en jugadores ya hechos; el calado hondo se cocinó a fuego lento, cuando la visión del juego cruyffiano fue implementada en La Masía, las fuerzas básicas del Barcelona, que más que fuerzas básicas son una escuela en la que se forma integralmente a los prospectos. Desde niños, cuando son esponjas ávidas de conocimiento, se les enseña a pensar el juego, a entender las causas y efectos de cómo se genera un espacio, a comprender que después de tres o cuatro toques cortos, el trazo largo es automático, a cómo encontrar el espacio libre y sincronizar la llegada del balón al mismo tiempo.

Acorde con la filosofía Cruyff fueron madurados los talentos de unos tales Messi, Xavi, Iniesta, Busquets y otros, que llegaron a su madurez en los años 2008 y 2009 y quienes fueron la base del Barcelona que consiguió su primer triplete, bajo las órdenes de otro tal Josep Guardiola: no existen las casualidades en esta vida. Nunca he visto un equipo que juegue de forma más perfecta y con tal sincronización para generar un espacio, cuando un jugador jala la marca hacia el centro, otro entra por la banda, sirve el balón de primera intención a un delantero que salió unos metros de su zona para que el extremo entre al filo del área a marcar el tanto. Nunca he estado en La Masía y no conozco, evidentemente, qué es exactamente lo que les enseñan, pero al ver ejecutar a Busquets, Xavi e Iniesta (quienes deben de tener cada uno un retrato de los otros dos en su buró, de tan bien que se conocen), no puedo más que concluir que lo que ahí se les instruye es a pensar y entender el juego: ésa es la verdadera revolución de Cruyff.

Dicen que los buenos escritores son quienes dejan la literatura un paso más allá de dónde la encontraron y sólo los grandes lo han logrado; pues eso fue lo que hizo Cruyff con el futbol, lo cual no es poca cosa si tomamos en cuenta que es la más importante de las cosas no importantes, según Jorge Valdano. Y sobre esto se ha construido la rivalidad entre el Barcelona y el Real Madrid, la cual se ha vuelto mucho más fervorosa en los últimos años, puesto que antes de Cruyff el palmarés de triunfos y títulos del Madrid era aplastantemente superior al de los catalanes, incluidas sus seis Copas de Europa en los 50’s y 60’s.

Honrando a su historia, cada año el Madrid se arma para ganarlo todo, a costa de lo que sea, incluso del buen juego; si para ello es necesario renovar a la plantilla completa y al entrenador para fichar a los jugadores más caros del mercado lo hace, el dinero no es problema; a veces logra su objetivo, a veces no. Por su parte, el Barcelona intenta respetar los procesos de formación de jugadores y entrenadores, imprimir un sello y un estilo de juego propio, evidentemente conforme a la filosofía Cruyff, con la finalidad también de ganarlo todo; a veces lo consigue y a veces no. Más allá de la vertiente política (sobre todo para quienes no la entendemos ni nos interesa), es en esta diferencia de maneras de concebir el juego en que se funda la rivalidad entre los dos equipos más relevantes del mundo.

Unos se identifican más con una, otros más con otra, ambas son válidas pero excluyentes. Los madridistas argumentan que en este juego lo único que vale son los títulos y las copas, que todo lo demás es secundario. En mi opinión, y como conclusión a todo esto, los trofeos del Madrid se ven muy bonitos detrás de las vitrinas posando para los turistas. Sin embargo y por el contrario, la revolución de Cruyff está viva y se manifiesta cada ocho días en el campo de juego, se reproduce en ese lugar del cerebro de los aficionados en el que experimentan el goce y se replica en su memoria el resto de la semana; si además se logran los títulos, entonces hablamos del verdadero futbol total.

Postdata.

Una última provocación a los madridistas: una cantaleta que repiten cada que gana el Barcelona, es que éste es pura moda y que sus hinchas, al menos en México, son de reciente generación y sólo porque han ganado a últimas fechas; mientras que el madridismo se ha forjado a lo largo de los años y gracias a una historia gloriosa. Que me perdonen, pero los seguidores mexicanos al Madrid que andan en los treinta y tantos, generaron su afición cuando en los ochentas Hugo Sánchez fue fichado por los blancos y cada ocho días en Televisa nos pasaban sus partidos, época en la cual, por cierto, ganaron cinco ligas seguidas: o lo que es lo mismo, su afición también es producto de una moda.

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